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Colegio Profesional de Ingenieros en Informática de Castilla y León

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Entrevista a Carlos Enrique Cuesta Quintero

Lo suyo con la informática fue amor a primera vista!! Acababa de cumplir doce años.

Nunca había manejado un ordenador, y todavía pasarían unos cuantos años hasta que pudiera comprar uno. A un amigo acababan de regalarle una consola de juegos, de esas que funcionaban con cartuchos: tardó años en saber que aquello era una Atari 2600. Pasaron aquella tarde jugando a los Space Invaders (sí, el juego original) y al Asteroids; los videojuegos eran un concepto totalmente nuevo. Fue entonces cuando su amigo sacó su tercer y último cartucho: un intérprete de BASIC. Y ésa fue la idea que le dejó totalmente subyugado: ¡podías aprender a programar y escribir tú mismo tus propios juegos! ¡Podías decirle a la máquina que hiciera lo que tú querías!

Desde entonces supo que quería ser informático.

Estudió en la Universidad de Valladolid, hizo sus dos proyectos (muchos hicieron dos, debido a la separación de los dos ciclos), y decidió entonces que quería hacer el Doctorado.

Actualmente es subdirector y jefe de estudios en la Universidad Rey Juan Carlos. Como profesor, en cierto modo se pasa la vida buscando un equilibrio entre contarles a sus alumnos lo que cree que ellos deben saber, y lo que le gustaría contarles. Ser profesor es un reto constante “ enseñar es lo más parecido a programar: en ambos casos tienes que conocer todos los detalles y no dejar nada al azar” y la investigación es uno de los trabajos más estimulantes. Tiene la suerte unir docencia e investigación y que en su caso estén muy ligadas.

Destaca la idea totalmente falsa de que el informático es un “solitario”. “Mi experiencia es justo la contraria: la informática es casi siempre una profesión muy social, en la que eres miembro integral y parte de un equipo. No hablo sólo de la informática en la Universidad, sino de la informática en general: es muy poco el trabajo real que se hace en solitario delante de tu pantalla, aunque por supuesto también hay momentos.”

Para Carlos, las relaciones personales hacen que su trabajo sea más fácil y satisfactorio: “Tus compañeros son fantásticos porque aprendes de ellos y porque te obligan a ti a mantener el ritmo. Ya hace tiempo que es imposible ser un investigador solitario… Esto se aplica también a mis estudiantes, por cierto; algunos de mis estudiantes han sido algunos de los mejores compañeros y amigos que he podido tener”

Lo suyo con la informática fue amor a primera vista!! Acababa de cumplir doce años.

Nunca había manejado un ordenador, y todavía pasarían unos cuantos años hasta que pudiera comprar uno. A un amigo acababan de regalarle una consola de juegos, de esas que funcionaban con cartuchos: tardó años en saber que aquello era una Atari 2600. Pasaron aquella tarde jugando a los Space Invaders (sí, el juego original) y al Asteroids; los videojuegos eran un concepto totalmente nuevo. Fue entonces cuando su amigo sacó su tercer y último cartucho: un intérprete de BASIC. Y ésa fue la idea que le dejó totalmente subyugado: ¡podías aprender a programar y escribir tú mismo tus propios juegos! ¡Podías decirle a la máquina que hiciera lo que tú querías!

Desde entonces supo que quería ser informático.

Estudió en la Universidad de Valladolid, hizo sus dos proyectos (muchos hicieron dos, debido a la separación de los dos ciclos), y decidió entonces que quería hacer el Doctorado.

Actualmente es subdirector y jefe de estudios en la Universidad Rey Juan Carlos. Como profesor, en cierto modo se pasa la vida buscando un equilibrio entre contarles a sus alumnos lo que cree que ellos deben saber, y lo que le gustaría contarles. Ser profesor es un reto constante “ enseñar es lo más parecido a programar: en ambos casos tienes que conocer todos los detalles y no dejar nada al azar” y la investigación es uno de los trabajos más estimulantes. Tiene la suerte unir docencia e investigación y que en su caso estén muy ligadas.

Destaca la idea totalmente falsa de que el informático es un “solitario”. “Mi experiencia es justo la contraria: la informática es casi siempre una profesión muy social, en la que eres miembro integral y parte de un equipo. No hablo sólo de la informática en la Universidad, sino de la informática en general: es muy poco el trabajo real que se hace en solitario delante de tu pantalla, aunque por supuesto también hay momentos.”

Para Carlos, las relaciones personales hacen que su trabajo sea más fácil y satisfactorio: “Tus compañeros son fantásticos porque aprendes de ellos y porque te obligan a ti a mantener el ritmo. Ya hace tiempo que es imposible ser un investigador solitario… Esto se aplica también a mis estudiantes, por cierto; algunos de mis estudiantes han sido algunos de los mejores compañeros y amigos que he podido tener”

Cuéntanos un poco tu trayectoria tanto en tu trabajo como en el colegio

Diría que aunque la informática no se presenta a menudo como una profesión vocacional, en realidad para muchos de nosotros sí que lo ha sido, en más de un sentido. Resulta tal vez un poco extraño, ya que no es, o no era (porque más de veinte años después, diría que esto está cambiando) una profesión con la tradición de otras como derecho o medicina. En éstas no son infrecuentes incluso las sagas familiares; en nuestro campo hablamos de algo que hasta los 70 ni siquiera existía. Además, por supuesto todos conocemos un montón de casos de colegas, excelentes profesionales del sector, que proceden de otros campos o que tienen una formación diferente, para los que la

informática fue un descubrimiento más tardío. Y aun así, diría que somos también muchos los que lo tuvimos claro desde muy jóvenes.

Digo todo esto porque yo sabía desde muy pequeño que quería ser informático. Y visto en retrospectiva no deja de resultar curioso, pero recuerdo exactamente el momento en que decidí que quería estudiar informática. Y debo de ser muy cabezota, porque han pasado casi tres décadas y sigo con la misma idea…

Fue en 1984. Era otoño: yo acababa de cumplir doce años. Nunca había manejado un ordenador, y todavía pasarían unos cuantos años hasta que pudiera comprar uno: en mi generación no era tan extraño que tuvieras tu primer ordenador cuando ya estabas en la universidad. A un amigo acababan de regalarle una consola de juegos, de esas que funcionaban con cartuchos: tardé años en saber que aquello era una Atari 2600. Pasamos aquella tarde jugando a los Space Invaders (sí, el juego original) y al Asteroids; para nosotros los videojuegos eran un concepto totalmente nuevo. Fue entonces cuando mi amigo sacó su tercer y último cartucho: un intérprete de BASIC. Y ésa fue la idea que me dejó totalmente subyugado: ¡podías aprender a programar y escribir tú mismo tus propios juegos! ¡Podías decirle a la máquina que hiciera lo que tú querías! Fue amor a primera vista.

Hubo más señales. Ese mismo año vi la legendaria Juegos de Guerra de John Badham. No era una película perfecta, desde luego, pero a un chico de mi edad le pareció épica. Así que lejos de quitarme la idea de la cabeza, la reafirmó. Y justamente al año siguiente se implantó la carrera (entonces la Diplomatura en Informática) en mi ciudad, en Valladolid. Recuerdo que un año después, cuando terminé el colegio, nos preguntaban a todos los niños (porque éramos niños) qué queríamos ser de mayores; y recuerdo que yo ya dije entonces: “informático”. Entonces eso era todavía algo raro.

El resto de la historia es muy sencillo. La Licenciatura se implantó cuando estaba todavía en el instituto; entré en la Escuela Universitaria Politécnica de Valladolid, para hacer la especialidad de Sistemas, en 1990. Recuerdo que estaba en tercero cuando oímos hablar por primera vez de la idea de crear un Colegio de Informática, y de la resistencia que había a cualquier cambio en este sentido. Ese mismo año se aprobó la transformación de las diplomaturas en Ingenierías Técnicas, y de la licenciatura en Ingeniería. También ese año se puso la primera piedra de lo que entonces iba a ser la “Facultad de Informática” de Valladolid, en lo que hoy es el Campus Miguel Delibes.

Mientras hacía mi primer Proyecto Fin de Carrera (somos muchos los que hicimos dos, debido a la separación de los dos ciclos), estuve trabajando como becario en el Departamento de Matemática Aplicada, y al mismo tiempo en la filial informática del grupo Renault. Allí aprendí muchísimas cosas, no sólo a nivel técnico. La más importante: que para la mayoría de la gente la informática es un medio, no un fin en sí misma. Es decir, que no a todo el mundo le gusta la informática, aunque se vea obligado a trabajar con ella. Creo que a muchos nos cuesta recordarlo a veces.

Me incorporé luego a la Facultad de Ciencias para hacer la Ingeniería superior. Fueron unos años muy intensos. En mi último año fui becario del Departamento de Informática, y a la vez que hacía el segundo Proyecto volví a trabajar en Renault. Ya había decidido entonces que quería hacer el Doctorado, pero no había decidido todavía ser profesor. Sin embargo, surgió la ocasión, y me presenté a una plaza de profesor ayudante; así que me incorporé al Departamento de Informática, casi al mismo tiempo que se inauguró el Edificio de Tecnologías de la Información, el mismo donde está ahora la sede del Colegio. Ser profesor es algo curioso: o te encanta o lo odias. A mí me ocurrió lo primero.

Por lo demás, una vez que entré en la Universidad, he tenido una carrera poco sorprendente. Me temo que esto nos pasa a muchos de los académicos, que por definición tenemos que tender a la estabilidad. En mis años como profesor en la Universidad de Valladolid, viví la fundación de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática, una

aspiración de muchos años por fin cumplida. Visité el mítico Imperial College de Londres. Leí mi tesis doctoral, y recibí el Premio Extraordinario de Doctorado. Comencé mi colaboración de investigación con la Universidad Politécnica de Valencia, que ha durado casi una década y ha dado lugar otras posteriores. Realicé una estancia postdoctoral en el Rensselaer Polytechnic Institute, en Estados Un
idos, donde hice unos cuantos amigos de por vida, y aprendí que las diferencias entre el sistema universitario europeo y el americano provocan a menudo una curiosa sensación de complementariedad. Participé en la Comisión del Claustro que elaboró los Estatutos de la Universidad de Valladolid, los que todavía están en vigor. Y en este mismo período participé en la campaña de recogida de firmas que llevaría finalmente, en 2003, a la fundación del Colegio de Informática de Castilla y León, del cual tengo el honor de ser miembro fundador y colegiado número 20.

Eventualmente, decidí mudarme a Madrid por motivos personales. Así que me presenté a una plaza en la Universidad Rey Juan Carlos, a la que me incorporé en 2006. Fue un cambio radical en todos los aspectos, ya que se trata de una Universidad mucho más joven, y en un entorno muy diferente. Pero lo cierto es que me acogieron muy bien. Al poco de llegar, me nombraron responsable del Máster Oficial en Tecnologías de la Información y Sistemas Informáticos, uno de los primeros que se adaptaban al famoso Plan Bolonia. Al año siguiente, pasé a coordinar también el Programa de Postgrado completo, incluido el Programa de Doctorado, que además obtuvo la Mención de Calidad del Ministerio. No mucho después, tuve ocasión de participar en la creación de la Escuela Superior de Ingeniería Informática, lo que fue curioso porque era la segunda vez, aunque en un lugar diferente.

En este tiempo participé en la elaboración de los Planes de Estudios de los nuevos Grados de Informática, que son los que ahora impartimos. Comencé a colaborar con el Centro de Tecnologías Inteligentes de mi Universidad, con los que sigo trabajando hoy en día. Dirigí mi segunda tesis doctoral; y me invitaron a tribunales en Finlandia y en Francia. Ayudé a fundar el grupo de investigación VorTIC3, al que pertenezco actualmente. He tenido ocasión de seguir trabajando con gente extraordinaria, brillantes investigadores y queridos amigos: fuera de España y también dentro de ella (en Madrid, en Albacete, en Valencia, en Málaga, en Cáceres; ¡¡o en Segovia!!). Hace seis años organicé el primer Congreso Europeo de mi campo de investigación y, el año pasado, tuve el honor de presidir ese mismo Congreso Europeo y a la vez el Mundial, que se celebraron conjuntamente por segunda vez en su historia.

Me hicieron subdirector y jefe de estudios de mi Escuela, hace ya casi cuatro años; y desde ahí, he podido ver cómo la Rey Juan Carlos se convertía en la tercera Universidad pública de Madrid, en número de alumnos. Y el daño que nos está haciendo a todos una crisis demasiado larga…

He visto cómo, por fin, se fundaba el Consejo de Colegios, y cómo, del conflicto que parecía ser la transformación a los Grados, la Informática ha salido reforzada; por fin con competencias reconocidas. Desde 1993 he visto decenas de veces cómo la Ingeniería Informática era puesta en tela de juicio, y siempre alguien firmaba su acta de defunción. En cada ocasión ha salido reforzada. Estoy seguro de que ocurrirá lo mismo con el desarrollo de la Ley de Servicios Profesionales. Pero que esté seguro de que el resultado va a ser ése, no significa que no haya que luchar para lograrlo.

En qué consiste tu trabajo

En realidad esta pregunta es sencilla y no tanto. Todo el mundo ha tenido profesores y sabe más o menos en qué consiste este trabajo, por lo que en realidad parece que no habría mucho que explicar. Y sin embargo, no es tan simple como parece. En primer lugar, un profesor de Universidad es muy distinto de un profesor de Secundaria. Para empezar, tus alumnos son adultos, y se espera de ti que los trates como tales. No puedes conformarte con ideas simples, o con repetir siempre el mismo esquema: al final, se supone que la Universidad es la vanguardia… no es solamente que tengas que reciclarte

(éso lo tenemos que hacer todos los informáticos constantemente), es que tienes que prever la evolución y adelantarte a ella, si puedes. Por supuesto, a menudo puedes equivocarte.

Idealmente, la docencia y la investigación están muy ligadas. No siempre es cierto: no siempre tienes la ocasión de enseñar la misma asignatura en la que investigas. En ese sentido, yo soy un privilegiado, porque a mí sí que me ocurre desde hace años. En cierto modo, me paso la vida buscando un equilibrio entre contarles a mis alumnos lo que creo que ellos deben saber, y lo que me gustaría contarles. A menudo esto último aparece en las prácticas, y puede llegar a ser muy divertido. Una de las sorpresas más agradable que me he llevado como profesor ha sido descubrir que a veces tus alumnos aceptan, incluso agradecen, que una práctica sea más difícil, si eso la hace más interesante.

En el nivel más alto, el del doctorado, es aún más distinto. La distinción entre maestro y discípulo a menudo se diluye, y no funcionaría como debe si en algún momento tu alumno no llega a superarte, al menos en su tema. Sigues enseñando, pero tu estudiante es ya un compañero más, y a menudo uno de tus compañeros más cercanos. A veces pasa algo parecido con los Proyectos Fin de Carrera (o Fin de Máster), aunque es menos habitual. Cada caso es un mundo, y más en esta etapa; pero el doctorado es a menudo en el que puedes sentirte más como un maestro en el sentido más clásico. También es la etapa en la que más aprendes de tus estudiantes.

Qué te gusta más de tu trabajo

Lo que más me gusta de mi trabajo es la constante oportunidad de aprender. Como ya he dicho, a los informáticos nos toca reciclarnos constantemente; pero a los profesores nos pasa más todavía. Tienes que intentar adelantarte a las “modas”, y sólo pueden pasar dos cosas. Puede que aciertes, y durante un tiempo habrás sido pionero en el uso de una tecnología… y antes de que te des cuenta, esa tecnología se habrá pasado de moda, y tú estarás examinando la siguiente. Curiosamente, a veces puede ser incluso más estable cuando la tecnología que usas no se convierte en una moda mayoritaria.

Uno de mis profesores, que después fue compañero y que tal vez se reconozca en estas palabras, decía que los informáticos somos “especialistas en nada”. A algunos de mis compañeros les molestaba esa frase, pero en realidad estaba claro lo que quería decir. Al final, nosotros sabemos de ordenadores, pero los propios ordenadores, el software, no tienen sentido hasta que los aplicas a un campo concreto. Lo que significa que al final terminas trabajando en un montón de cosas distintas. Los ordenadores son el nexo común, pero los usas en áreas muy diferentes. Yo mismo he trabajado en campos tan diferentes como automoción, banca, redes de transporte, salud, astilleros, gestión de emergencias, educación… Al final llegas a conocer realmente bien algunos de estos temas.

Qué retos encuentras en tu trabajo

Como profesor siempre tienes un reto constante. Como he dicho antes, no sólo estás obligado a conocer una gran variedad de tecnologías, sino a actualizarte continuamente. Pero conocerlo no es suficiente. Tienes que conocerlo a fondo. Cuando empiezas como profesor, lo normal es que sepas mucho más del tema que tus alumnos; pero no puedes ser eternamente “el más listo”. Tarde o temprano aparece un alumno que sabe mucho más del tema que tú, aunque sea sólo porque puede dedicarle mucho más tiempo. Y eso te obliga a profundizar mucho más de lo que harías en otras circunstancias. Enseñar es lo más parecido a programar: en ambos casos tienes que conocer todos los detalles y no dejar nada al azar.

Ser investigador, además, es uno de los trabajos más estimulantes (y a veces, incluso divertidos) del mundo. Es obligatorio seguir tu intuición y tener imaginación, lo que a menudo está en las antípodas de lo que tienes ocasión de hacer en un trabajo más convencional. Claro que eso no significa que no sea un trabajo muy duro a veces: cuando investigas estás buscando (in vestigio) sin saber muy bien adónde vas; puedes terminar teniendo que desc
artar tú mismo todo el esfuerzo de los últimos meses.

Conozco a algunos informáticos que (al menos antes de la crisis) cambiaban de empresa, o de actividad, cada dos años; porque empezaban a aburrirse, y querían tener la sensación de que hacían algo nuevo. Esto no es necesario cuando trabajas en investigación; aunque es normal que te especialices en algo concreto, siempre tienes la opción de comenzar en un tema completamente nuevo.

Qué has encontrado que haga tu trabajo más fácil

Hay un montón de tópicos asociados a la imagen pública de un informático; no me refiero tanto a esa imagen mediática y totalmente distorsionada, que en los primeros 90 se asociaba a una estética hacker, y actualmente nos asocia más bien a la del clásico nerd americano. Sino, más bien, a la idea totalmente falsa de que el informático es un “solitario”. Mi experiencia es justo la contraria: la informática es casi siempre una profesión muy social, en la que eres miembro integral y parte de un equipo. No hablo sólo de la informática en la Universidad, sino de la informática en general: es muy poco el trabajo real que se hace en solitario delante de tu pantalla, aunque por supuesto también hay momentos.

Así que, sin duda, lo mejor de mi trabajo son siempre mis compañeros. Sé que es un tópico, pero también es cierto. Hace ya unos cuantos años que me dí cuenta de que los temas en los más y mejor trabajas son los temas en los que disfrutas trabajando porque lo haces con amigos. Incluso los temas que a priori pueden parecerte más atractivos pueden quedar aparcados, si en el resto puedes trabajar con un buen equipo.

Tus compañeros son fantásticos porque aprendes de ellos y porque te obligan a ti a mantener el ritmo. Ya hace tiempo que es imposible ser un investigador solitario; no sólo por el tamaño de las investigaciones, sino sobre todo por su complejidad. Por bueno que seas (¡o te lo creas!), siempre viene bien un segundo par de ojos que miren lo que tú no ves; o quien diga esa frase que tú necesitabas oír para entender lo que está pasando. Es cierto que el todo es mayor que la suma de las partes.

Esto se aplica también a mis estudiantes, por cierto. Algunos de mis estudiantes han sido algunos de los mejores compañeros y amigos que he podido tener. Eventualmente tus estudiantes se “independizan”, aprenden por su cuenta y, si tienes suerte, vuelven años después a enseñarte cosas que tú no sabes. No puedo describir lo orgulloso que te puedes sentir en ese momento: no hay sensación más grande. Son esos momentos los que te justifican como profesor, y los que hacen que, al final, merezca la pena. 

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